Miguel Pajares. Publicado en Catalunya Plural el 22 de marzo de 2022
Quienes tenemos cierta edad recordamos bien las alabanzas que recibía Mijaíl Gorbachov, el presidente de la Unión Soviética entre 1985 y 1991. Encandilaba a mandatarios y periodistas occidentales con su perestroika y parecía que iba a tener larga vida política. Pero lo cierto fue que no la tuvo. El hombre recibía parabienes verbales, pero en el plano económico todo eran puñaladas traperas por parte del mundo occidental. Cuando pidió ayuda al FMI y al Banco Mundial para su reforma económica, estos se la negaron, y le exigieron una reforma radical que incluyera austeridad en el gasto público, liberalización de los precios de los alimentos básicos y privatizaciones en todos los sectores, incluidos los servicios públicos.
Él se negó a esa reforma de corte neoliberal, pero, como presidente de la Unión Soviética, tenía por debajo a los presidentes de las repúblicas que la componían. Boris Yeltsin, el presidente de Rusia, borracho de ansias de poder (y a veces también de vodka), quiso ser el mandamás, y la forma que encontró para serlo fue eliminando la presidencia de la URSS, para lo que tenía que eliminar la propia URSS. Yeltsin se reunió con los presidentes de Bielorrusia y de Ucrania y, como jefes de las tres principales repúblicas soviéticas, decidieron disolver la URSS, cosa que se produjo a finales de 1991.
Como explica Naomi Klein en La doctrina del shock, Yeltsin sí se volcó de inmediato en la desintegración de toda la economía pública, y se entregó con armas y bagajes al desarrollo del capitalismo en Rusia siguiendo las indicaciones del FMI y del Banco Mundial. Incluso dio un golpe de estado en 1993 para imponer su programa neoliberal tras haber sido rechazado por el parlamento ruso. Los beneficiarios fueron los fondos de inversión occidentales y un puñado de burócratas rusos que se convirtieron de la noche a la mañana en oligarcas, y que se hicieron con todas las grandes empresas (petróleo, etc.) por precios irrisorios (pagados, en la mayor parte de los casos, con dinero sustraído del Estado). Un robo a gran escala que se produjo mientras en el país se generaban más de 70 millones de pobres.
Con eso, la «amenaza comunista», por la cual se creó la OTAN y hubo 45 años de Guerra Fría, dejó de existir. ¿Qué hicieron los países de la OTAN a partir de que la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia desaparecieron? ¿Qué hizo en particular Estados Unidos? El analista francés Vladímir Pozner explica que Estados Unidos pudo elegir entre dos caminos distintos. Uno era el que había elegido tras la Segunda Guerra Mundial, cuando decidió ayudar a quienes habían sido sus enemigos (Alemania, Italia…) a reconstruir su economía. Aquella fue una elección que tuvo mucho que ver con otra «amenaza comunista», la que representaban los potentes partidos comunistas de Francia, Italia y otros países: para impedir que se hicieran con el poder había que desarrollar al máximo la economía y el estado del bienestar en Europa; el capitalismo tenía que ser atractivo y, para ello, Estados Unidos hizo esa gran inversión a la que se llamó Plan Marshall. Esta pudo haber sido también la política que adoptara con Rusia a partir de 1991. Esto era lo que le pedía Rusia, que hacía cuanto era menester para congraciarse con Estados Unidos y entrar a formar parte del capitalismo occidental. Pero esta vez, el gobierno de Estados Unidos hizo otra cosa bien distinta.
Pozner explica que la respuesta del gobierno estadounidense fue algo así como: «Habéis perdido la Guerra Fría y ahora vais a pagar por habernos amenazado durante 40 años con la guerra nuclear». La opción elegida fue que Rusia fuera humillada. Esta postura revanchista fue defendida ya en 1992 por el que después sería Secretario de Defensa de Estados Unidos, Paul Wolfowitz, en un documento que fue calificado como «imperialista» por Edward Kennedy, pero que no tardó en incorporarse a lo que se llamó «la Doctrina Bush». Dick Cheney y Colin Powell fueron los encargados de ese desarrollo doctrinal (hablamos de los tiempos de Bush padre).
La OTAN fue utilizada como mecanismo para humillar a Rusia. Esta organización no tenía ya razón de ser una vez disuelto el Pacto de Varsovia y, de hecho, entre las promesas que los americanos le habían hecho Yeltsin estaba implícita la progresiva desaparición de la OTAN. Desde 1991, Rusia no había hecho otra cosa más que mostrar su sumisa adhesión al mundo capitalista occidental; en ningún momento había hecho nada que pudiera resultar amenazante, ni siquiera incómodo para occidente; y, sin embargo, en 1996 la decisión de ampliar la OTAN estaba ya tomada. ¿Qué se pretendía con ello? Simplemente decirle a Rusia que se la seguía considerando enemiga y que jamás formaría parte del club de los países occidentales. La ampliación de la OTAN formó parte de la venganza propiciada por Wolfowitz. En 1999 se unieron a la OTAN Polonia, Hungría y la República Checa, y en el 2004 lo hicieron Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia, todos ellos países que habían formado parte de la Unión Soviética o del Pacto de Varsovia.
No hay nada que desarrolle más los nacionalismos que la humillación de los pueblos. De la misma forma que la humillación perpetrada a Alemania tras la Primera Guerra Mundial generó un nacionalismo del que surgió Hitler, la humillación a Rusia generó otro del que surgió Putin. Con el sumiso Yeltsin, Rusia no había levantado cabeza, y eso abrió el camino al nacionalista Vladímir Putin que llegó a la presidencia en 1999. Con todo, lo primero que hizo Putin fue pedir el ingreso de Rusia en la OTAN. Le dijeron que no. Pidió también algún tipo de asociación económica con la Unión Europea. Le dijeron que no. La OTAN, para su propia permanencia, tenía mucho interés en seguir tratando a Rusia como enemiga, y bloqueaba cualquier tipo de acuerdo que fuera en otra dirección; y Estados Unidos se aseguraba que ello fuera así porque la OTAN es su instrumento de dominio internacional y quería mantenerlo vivo.
Putin siguió ofreciéndose a colaborar con los Estados Unidos tras los atentados del 11-S del 2001, en la guerra de Afganistán y en otros conflictos, pero siempre fue tratado con cierto menosprecio. Finalmente, en la 43ª Conferencia de Política de Seguridad celebrada en Múnich en el 2007, Putin dijo que era evidente que la ampliación de la OTAN nada tenía que ver con la seguridad en Europa y que, por el contrario, representaba una grave provocación a la confianza mutua que debía darse entre Rusia y los países occidentales. Allí advirtió que Rusia no consentiría que la OTAN siguiera acercándose a sus fronteras. Putin hizo por fin lo que la OTAN y Estados Unidos habían estado buscando que hiciera. La construcción de la «amenaza rusa» había sido laboriosa, pero a la postre lo habían logrado: Rusia comenzaba a mostrarse agresiva y eso le daba a la OTAN la justificación para seguir existiendo. Aun así, la OTAN quiso reforzar la confrontación y dio un paso más un año después: en el 2008, invitó a Georgia y a Ucrania a integrarse en la organización.
Pero todo eso que le sirvió a la OTAN para afianzarse, también afianzó a Putin en el poder. La amenaza exterior es idónea para cualquier nacionalismo de extrema derecha. Putin desarrolló su régimen autoritario, eliminó de diversas formas (incluidas las criminales) a sus oponentes y concentró el poder en su persona. El nacionalista Putin fue reforzando su poder con cada acto de enemistad que desde occidente se le dispensaba a Rusia; consolidó su autoritarismo ayudado por una «amenaza occidental» que en ningún momento dejó de facilitarle argumentos. Putin ha desarrollado así un militarismo que ahora se ha convertido en belicismo criminal y que pagan con su vida y su sufrimiento tantas y tantos ucranianos. De los actos criminales de Putin, él y su gobierno son los únicos responsables, pero del contexto histórico que tales actos ha propiciado, Estados Unidos y todos los países de la OTAN tienen una enorme responsabilidad.
El balance final sobre vencedores y perdedores de la invasión rusa sobre Ucrania tardará en poder hacerse, pero entre los vencedores tenemos ya uno bastante claro: ¿Quién va a discutir ahora que la OTAN es necesaria?
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