Si el cartero es ese señor que llama dos veces, el efecto llamada es ese aserto que llama cada vez que se quiere poner la inmigración en entredicho, es decir, que llama constantemente. Los gobiernos, en particular, lo aducen para justificar sus políticas restrictivas de extranjería y asilo: si somos más flexibles o benevolentes con la inmigración, vendrán más inmigrantes; si rescatamos a más gente en el Mediterráneo, muchos más se aventurarán a cruzarlo; si regularizamos a los inmigrantes que tenemos en situación irregular, vendrán más para que los regularicemos también. Esta es la cantinela que se repite una y otra vez, la misma que el presidente del Gobierno parece enarbolar de nuevo frente a la propuesta de regularización hecha por Unidas Podemos dentro del Gobierno, o la presentada por varios grupos en el Parlamento.
Y eso que todos y cada uno de los estudios que se han hecho sobre el efecto llamada, y se han hecho unos cuantos, demuestran que tal efecto es una falacia. Simplemente, no existe. O al menos no existe en los términos mencionados en el párrafo anterior. Conceder más o menos derechos a los inmigrantes nunca fue lo que determinó la magnitud de los flujos de inmigración, o más concretamente, los de inmigración laboral (otra cosa son los refugiados que huyen de las guerras). Los estudios hechos en las dos últimas décadas muestran que los inmigrantes desconocen qué trato van a recibir en el país de destino; lo que saben (lo que sí les han dicho otros que vinieron antes) es que pueden encontrar trabajo. Si hay un efecto llamada, ese es la necesidad que tiene el mercado laboral de la mano de obra inmigrada. Por eso, entre el 2000 y el 2008, en España pasamos de un millón a seis millones de residentes extranjeros, porque fueron los años de fuerte crecimiento en los que se necesitó esa mano de obra; y por eso mismo, después del 2009 el número de extranjeros ha ido descendiendo. Y ello sin que cambiara en nada la legislación y la política de extranjería española.
Y qué decir de los rescates en el Mediterráneo. Los gobiernos europeos se han negado sistemáticamente a establecer un verdadero sistema de rescate bajo el supuesto de que salvar más vidas genera efecto llamada. Tremendo paradigma: es bueno que muera gente ahogada porque ello disuade a otros de querer venir. Y sin embargo, un estudio del Migration Policy Centre y el European University Institute, realizado en el 2019, demostró que la mayor o menor presencia de barcos de rescate no influye en el número de personas que se deciden a salir de la costa norteafricana. Demostró que eso está determinado por otros factores, como el número de gente que huye de los conflictos o la propia situación que se dé en el norte de África. O sea, dejar que la gente muera no altera el flujo migratorio; lo único que ocurre es eso: que muere. Simplemente, eso: que los dejamos morir.
Y lo mismo pasa con la regularización de aquellas personas inmigradas que se encuentran en situación irregular. Son personas que ya están aquí y que, en su mayoría, están trabajando. Lo que la regularización cambia es que podrán hacerlo con un contrato de trabajo, podrán salir de la explotación laboral a la que muchas están sometidas, podrán vivir con normalidad, sin miedo, considerándose personas con derechos. La regularización no va a atraer mayor inmigración, porque ninguna regularización de las producidas en las décadas pasadas lo ha hecho.
Todo se reduce a una simple decisión: ¿merecen esas personas seguir viviendo como seres sin derechos, personas, muchas de ellas, que lo han dado todo, cuidando ancianos o recogiendo productos agrícolas durante el estado de alarma? Creo que el Gobierno, y en particular el presidente del Gobierno, deberían quitarse de encima el miedo a lo que dirá la derecha y la extrema derecha sobre el efecto llamada y hacer lo correcto: regularizar.
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