Artículo publicado en Viento Sur el 21 de diciembre de 2023.
Se acaba el tiempo para una acción real que afronte la emergencia climática, pero las cumbres del clima, las COP, siguen actuando como si el engaño sirviera para evitar lo que se nos viene encima. Y la COP28 no ha sido una excepción. Tal vez sea necesario repetir, una vez más, a qué amenaza nos enfrentamos. Los impactos climáticos que hemos padecido en 2023 son una pequeña muestra de alguna cosa que alcanzará dimensiones aterradoras si no adoptamos las medidas urgentes y contundentes que hacen falta.
Este año hemos vuelto a superar todos los récords de temperaturas y hemos tenido olas de calor extraordinarias. Entre junio y agosto tuvimos los meses más cálidos jamás registrados, alcanzando unas temperaturas que posiblemente fueron las más cálidas en la Tierra en los últimos 100.000 años, según un estudio publicado por The American Institute of Biological Sciences.
La Organización Meteorológica Mundial, en su informe previo a la COP, también destacó otros récords de 2023, como la pérdida de hielo marino de la Antártida, que amenaza con una elevación del nivel del mar mayor de lo que se esperaba. O la superficie quemada por incendios forestales en Canadá, que amenaza con pérdidas inexploradas de bosque boreal en todo el hemisferio norte.
Asimismo destacó los episodios meteorológicos extremos, como el ciclón mediterráneo Daniel, que asoló Grecia, Bulgaria, Turquía y Libia; el Freddy, que devastó Madagascar, Mozambique y Malawi; o el Mocha, que fue uno de los más intensos jamás observados en el sur de Asia. El Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, declaró poco antes de la COP28 que “este año, comunidades de todo el mundo han sido víctimas de incendios, crecidas y temperaturas abrasadoras. Los récords de calor registrados en todo el mundo deberían provocar escalofríos a los líderes mundiales”.
Todo esto sucede cuando el calentamiento global es de 1,2 °C con respecto a los valores preindustriales. La ciencia nos había dicho que superar un calentamiento global de 1,5 °C era peligroso para el conjunto de la humanidad, y que de ninguna manera deberíamos llegar a un calentamiento de 2 °C. No obstante, en 2023 hemos tenido 38 días con temperaturas medias mundiales superiores a 1,5 °C, y ya sabemos que el calentamiento global de 1,5 °C (el que se genera cuando este incremento se mantiene de manera consistente durante varios años) se alcanzará alrededor de 2030. Esto nos lleva a un calentamiento de 3 °C este siglo, según la estimación de Global Carbon Project. O así será si no hacemos lo que hemos de hacer para impedirlo.
El calentamiento global aumenta porque crecen las emisiones de gases de efecto invernadero, y a pesar de las tres décadas de compromisos climáticos y de COP anuales no dejan de crecer. El IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de Naciones Unidas) dijo que para mantener el clima en una zona segura, las emisiones de gases de efecto invernadero debían reducirse de aquí a 2030 un 43 % con respecto a las de 2019, y muchos gobiernos se sumaron al propósito. Sin embargo, el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) analizó los planes concretos de los gobiernos antes del comienzo de la COP28 y demostró que las emisiones solo habrán disminuido un 2 % en 2030 con respecto a las de 2019. Eso siempre que los gobiernos cumplan sus compromisos, de manera que es fácil que ni siquiera se consiga esta nimia reducción.
En la COP26 de Glasgow se adoptó una débil resolución sobre el carbón ‒que después se incumplió‒, pero el petróleo y el gas nunca se habían mencionado ni cuestionado en ningún documento final de una COP. Esta vez sí se ha hecho y esto constituye un logro histórico. Sin embargo, las conclusiones de la COP28 van por un lado y la realidad fosilista por otro: los planes de producción de combustibles fósiles que tienen los gobiernos en estos momentos fueron analizados por el PNUMA antes de la COP, y lo que nos dijo este organismo fue que “los planes de los gobiernos provocarán aumentos, en todo el mundo, de la producción de carbón hasta 2030, y de la producción de gas y petróleo hasta 2050 como mínimo”.
Todos los países que tienen petróleo y gas ‒quizá con la excepción de Colombia‒ están trabajando para mantener o aumentar la producción tanto como les sea posible, cosa que no se ha puesto en tela de juicio en el documento final de la COP, donde ni siquiera se mencionan estos planes denunciados por el PNUMA. Lo único que se dice sobre los combustibles fósiles en este documento, el Balance Mundial, está en un párrafo de tres líneas (pàg. 5, artículo 28-d) que propone lo siguiente: “Hacer la transición para abandonar los combustibles fósiles en los sistemas energéticos, de manera justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crítica, a fin de conseguir cero emisiones netas para 2050, de acuerdo con la ciencia.”
La frase en sí constituye un gran avance histórico, pero es tan insuficiente que deja todo como estaba. Una resolución que propugnara verdaderamente la reducción del consumo de combustibles fósiles debería fijar plazos, porcentajes, procedimientos, sanciones por incumplimiento…; debería señalar los sectores económicos que será preciso reducir, los cambios necesarios de las formas de producción, de transporte y de consumo; debería hablar del sistema agrícola, del consumo de proximidad, de la relocalización de empresas y de tantas otras cosas imprescindibles para comenzar a reducir de veras el uso de los combustibles fósiles.
Pero nada de esto se ha planteado. ¿Por qué ni siquiera se han esbozado algunos plazos y porcentajes concretos, más allá de la referencia genérica al año 2050? Porque los gobiernos saben que continuarán manteniendo el consumo de combustibles fósiles. Es más, también saben que seguirán subvencionándolos con dinero público. Prueba de ello es que la mención que se hace de las subvenciones (que sumaron 1,3 billones de dólares en 2022, según un informe del FMI) en el documento final de la COP es tremendamente ambiguo, a pesar de la insistencia en esta cuestión del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.
Puede que las intenciones de los gobiernos que han batallado en la COP por una resolución que mencionara el abandono de los combustibles fósiles fueran sinceras, no tenemos por qué ponerlo en duda; y realmente han conseguido una proeza. El problema es que estos gobiernos más comprometidos con la lucha climática lo fían todo al desarrollo de las energías renovables y la eficiencia energética, y ya va siendo hora de asumir lo que está más que demostrado: que solo con esto no reduciremos el consumo de combustibles fósiles.
La eficiencia energética y las energías renovables han crecido mucho en las tres últimas décadas, pero el consumo de combustibles fósiles también, y esto se debe al hecho de que el uso de energía no ha dejado de aumentar. En el mundo, en 1990 la media anual de exajulios de energía era de 340. En 2000, de 380; en 2010, de 480; y a comienzos de la década actual ya era de 595, según la Statistical Review of World Energy.
El incremento ha sido cada vez mayor, por lo que el aumento de las renovables no ha podido librarnos de los combustibles fósiles. Lo mismo ocurrirá en las próximas décadas si se mantiene el crecimiento económico, algo que ningún gobierno parece poner en duda. Hemos de abandonar un sistema basado en el crecimiento económico constante, que a su vez requiere un incremento paralelo del consumo energético.
No hay más alternativa que el decrecimiento si de vedad queremos hacer frente a la amenaza climática. Hemos de replantear todo el sistema de producción y consumo para avanzar hacia un modelo que no valore su éxito por el aumento del PIB y los beneficios empresariales, sino por la satisfacción de las necesidades de la población.
Hemos de avanzar hacia una economía pública y comunitaria que permita eliminar el consumo suntuario y reducir el gasto energético. Solo así haremos esta “transición para abandonar los combustibles fósiles en los sistemas energéticos de manera justa, ordenada y equitativa”, como dice el documento final de la COP28.
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